¿Por qué hay personas que votan a quien las desfavorece?

Imagen: Verónica Bellomo
Imagen: Verónica Bellomo

El psicoanalista Sebastián Plut analiza el fenómeno psi alrededor de Milei. El especialista habla del voto de los jóvenes, de los adultos, de la violencia verbal y de su visión de lo psicopatológico. «Esta idea de libertad es una idea caótica en el fondo, porque la libertad para orientarse como patrimonio cultural, como decía Freud, tiene que estar ligada a la justicia», plantea. 

Es un misterio, pero por estos días muchos se preguntan por qué algunas personas votan a un candidato que las desfavorece y que una promesa de su campaña fue dejar en claro que va a quitar derechos porque considera que es una aberración pensar que «donde hay una necesidad, nace un derecho». Desde el punto de vista psi se podría pensar como una cuestión de autocastigo que favorece una satisfacción pulsional en relación al masoquismo, en algunos casos. Así lo sostuvieron algunos analistas por estos días. Lo cierto es que un gran porcentaje se inclinó por Javier Milei y negarlo sería caer en una actitud psicopatológica. El doctor en Psicología y psicoanalista Sebastián Plut brinda algunas claves para entender el fenómeno: «En el masoquismo sucede que el dolor y el displacer dejan de ser advertencias y pasan a ser metas, aspiraciones, y algo de eso parece formar parte del voto a Milei», sostiene en diálogo con Página/12. «En términos psi habría que pensar cómo se llega a una situación de desinvestidura de la realidad», plantea el analista.

–¿A qué se refiere con ese concepto?

–Básicamente, hay dos dimensiones que podemos tomar. Una es la persistente inoculación de odio, mentiras y banalización que viene ocurriendo ya hace muchos años. Y qué efectos tiene la inoculación de este odio, de estas mentiras y de esta banalización. El otro conjunto de factores es lo que ocurre en el mundo del trabajo. Freud decía que el trabajo es lo que liga firmemente al sujeto a la realidad. Dice: «Lo une de manera segura a la realidad». De manera que si se pierde el valor del trabajo lo que se pierde es un vínculo muy fuerte con la realidad.

–¿Qué es lo que pasa con el trabajo?

–El problema que tenemos actualmente con el trabajo es doble. Por un lado, niveles de desempleo; o sea, hay gente que no trabaja, que no tiene su ocupación, pero por otro lado, gente que tiene un trabajo, incluso un trabajo formal, y que no llega a fin de mes. Esto produce básicamente que el trabajo deja de ser un sostén no sólo para la realización personal sino para todo tipo de expectativa. Yo he escuchado a gente decir: «El problema es que si no trabajo me muero de hambre, pero si trabajo también». Entonces, el trabajo ha perdido una función esencial en la vida singular y colectiva. Pero además hay otro problema con el trabajo. Yo escuchaba el otro día a gente que decía: «El peronismo perdió su hegemonía en la clase trabajadora». Yo creo que hay algo que es un poco más abarcador y es que el trabajo dejó de ser el terreno de disputa del antagonismo entre capital y trabajo, o entre control y resistencia. Si uno repasa las luchas culturales que hay actualmente, casi ninguna toca de cerca el mundo del trabajo. Todas tratan otros temas, valiosos por supuesto. No los estoy minimizando ni desvalorizando. Lo que digo es que históricamente, hasta la década del ’90, el trabajo era el terreno de disputa política por excelencia. Y de allí luego se derivaban otras disputas. Y hoy el trabajo parece ser un territorio despolitizado y des-socializado.

–El voto del domingo de elecciones no fue sólo un voto bronca. ¿Se puede votar aun con miedo a alguien con quien uno no concuerda? Si es así, ¿por qué sucede esto?

–Claro, ahí también tenemos el proceso de desinvestidura de la realidad que mencioné, porque cuando la gente dice «el voto bronca» o el «voto miedo» dice: «La gente no votó a Milei por lo que piensa». Y esto, en una primera lectura nos puede producir alivio: quiere decir que el 30 por ciento que lo votó no es un ejército de ultraderecha ya que esos votantes no pensarían todos como Javier Milei. De hecho, es cierto: al parecer, la composición de los votantes atraviesa edades, géneros, clases sociales, ideologías. Ahora, de inmediato, esto produce un problema.

–¿Cuál?

–Qué disociación surge entre el votante y el votado. Y cuáles son las consecuencias, porque si lo votaron porque es un señor que se enoja, que insulta y, entonces, se supone que hay un grito de rebeldía, bueno, la realidad es que Milei no es Lord Byron. No es una rebeldía ante ningún poder. No es lo mismo rebeldía que un grito catártico, un grito desquiciado. Con lo cual, lo que se vota en todo caso es catarsis, pero no se vota una rebeldía o una furia constructiva que conmueva algún tipo de estructura de poder. Entonces se crea una disociación porque yo estoy votando a alguien que no me representa.

–¿Y hay, como señaló la psicoanalista Silvia Ons, una compulsión a hacer lo que hacen los otros?

–Bueno, en los fenómenos de masa siempre se da algo del contagio. Y ahí habría que estudiar cómo se produce este contagio a través de las redes. Y sobre todo, hay que tomar en cuenta algunos significantes importantes. Por ejemplo, qué es esto de la libertad. Se supone que hay un grito por la libertad. Freud decía que la libertad en sí misma no es un patrimonio cultural. O sea, no es un ideal. El decía que la libertad es un ideal, un patrimonio cultural en la medida en que se guíe por un ideal de justicia; o sea, que implique una rebelión contra una injusticia, que si no hay una rebelión contra una injusticia, la libertad es sólo expresión de un narcisismo que no acepta restricciones. Y si uno escucha el discurso de Milei o de Villarruel es un discurso que disocia u omite incluir en la idea de libertad toda idea de justicia, que es lo que vienen haciendo la derecha o la ultraderecha en los últimos años. Con el macrismo empezó el bombardeo hacia los derechos humanos, la idea de «los derechos humanos son un curro». Ahora, Milei viene diciendo que la justicia social «es una aberración». Entonces, es una idea de libertad referida a arrojar una ilusión de omnipotencia. Es una ilusión, por supuesto, un narcisismo sin restricciones, que el Estado no interponga ningún impuesto. A Milei le gusta decir que la palabra «impuesto» viene de «imposición», «lo malo que es que el Estado nos imponga algo». No sé por qué sería tan malo que el Estado imponga algo. El Estado impone semáforos en las calles, mayorías y minorías de edad… Hay un montón de restricciones. Yo creo que hay que tener muy en cuenta que esta idea de libertad es una idea caótica en el fondo, porque la libertad para orientarse como patrimonio cultural, como decía Freud, tiene que estar ligada a la justicia.

–Si bien no sólo lo votaron los jóvenes, ¿por qué cree que Milei tiene tanta aceptación de la juventud?

–Nosotros tenemos que entender que a Milei lo votó un 30 por ciento, pero en el fondo es un 20 por ciento, porque es el 30 por ciento del 70 por ciento que votó. Cuando uno dice «los jóvenes» hay que tener cuidado porque uno escucha muchas veces: «Los jóvenes están perdidos», etc. Hay que ver cuáles son esos jóvenes. Pero supongamos que hay un grupo grande de jóvenes que lo ha votado y que esto constituye una muestra significativa. Bueno, yo creo que actualmente hay un problema: en qué consiste la rebelión. Históricamente o tradicionalmente, la juventud es un sector que se rebela contra mandatos. Ahora, nosotros, cuando éramos jóvenes nos habremos rebelado contra los mandatos de nuestros padres o los mandatos culturales y así sucesivamente. Pero lo que ocurre es que cuando nosotros nos rebelábamos contra ciertos mandatos, nos rebelábamos contra mandatos que hubiéramos podido cumplir. El problema actualmente es que los mandatos que podríamos tener como sociedad o como generación un poco más adulta hacia los jóvenes, los jóvenes no los pueden cumplir. Por ejemplo, trabajar, casarse, desarrollar tu vida familiar, comprarte la casa o alquilarla. Hoy no hay posibilidad. Entonces, estamos ante una juventud que no se puede rebelar a un mandato que podría cumplir, con lo cual el mandato cae. Eso crea una situación de mucho desamparo. Yo creo que es en ese contexto en el que habría que pensar el problema del voto de la juventud. Es un voto de un pibe que dice: «A mí no me importa». Incluso, algunas de estas cosas las dicen los adultos: «Bueno, que reviente todo por los aires», por ejemplo. Y yo he escuchado a jóvenes votantes de Milei decir: «Bueno, qué se yo, que gane éste, me da todo lo mismo». Con lo cual, lo que se traduce desde la lógica del discurso de Milei y que se replica en otros discursos es la lógica destructiva. Cuando Milei plantea lo que quiere hacer eventualmente como presidente, él no plantea políticas públicas. El plantea solamente la supresión del Estado. El le dijo a los empresarios: «Ustedes hagan el país, construyan. Yo me comprometo a sacarles del medio al Estado». No está planteando ninguna política pública. La política pública que plantea Milei es básicamente una política de seguridad y justicia; justicia en el sentido de judicial. Es decir, él se propone reprimir y encarcelar. Esa es la política pública que propone Milei, con Villarruel a su lado: reprimir, encarcelar y o matar.

–¿Cómo analiza la carga de violencia verbal en el discurso de Milei?

–Hay que tomar en cuenta la mezcla y los efectos del odio con las mentiras y con la banalización. ¿Qué es lo que se propone la violencia? Por supuesto, la violencia se propone eliminar al otro. Pero, por ejemplo, el negacionismo, ¿qué se propone? Además de justificar los crímenes de la dictadura, lo que se propone el negacionismo es decir: «Esto no existió». Cuando Milei grita o insulta en cualquier programa y no escucha, lo que se propone es hacer como que el otro no existe porque para Milei el otro no existe, Milei no puede dialogar.

–Claro, porque se cambia la visión de adversario por la de enemigo. Y al verlo como enemigo le quita el reconocimiento de la condición humana del contrincante.

–Exacto. Milei suele hablar de «la gente de bien». Todo aquel que piensa distinto, para Milei es comunista. Y si es comunista, además es delincuente porque él no piensa el comunismo como otra ideología política; además, de que no todos los otros son comunistas. Desde luego, porque él ha tildado a Horacio Rodríguez Larreta de socialista. Pero todo aquel que no piense idéntico a él, en principio, es comunista. Si es comunista, es delincuente. Y a los delincuentes, además, dicen que hay que matarlos. Implica la supresión del otro. Y decir que eso otro no existió, que es de lo que trata el negacionismo: esos crímenes no existieron. Por eso antes me refería a la desinvestidura de la realidad, que es lo que te permite decir: «Esto no existe». Como cuando en el macrismo se decía: «Les hicieron creer que tenían derechos». Querían instalar que eso que uno creía que existía, no existía. O como cuando hablaban del crecimiento invisible. Se trata de una cosmovisión, según la cual, lo que existe, no existe, y lo que no existe, existe. Es un intento de perturbar profundamente lo que Freud llamaba «el juicio de existencia». Es esa operación psíquica que a uno lo permite distinguir si lo que tiene en mente coincide con lo que uno ve en la realidad. Si en este momento, yo le dijera: «Usted no está hablando conmigo», voy a perturbar su juicio de existencia. Y usted me va a decir: «¿Cómo no voy a estar hablando con usted?». Esa perturbación del juicio de existencia deriva, por un lado, del odio y, por otro lado, del discurso falso, del discurso mentiroso, que es otra de las cuestiones importantes que va de la mano del odio.

–¿Qué es lo que ocurre cuando alguien cree en lo que no se debería creer?

–Cuando uno cree en propuestas inverosímiles, cuando uno cree en el crecimiento invisible puede haber dos desenlaces. Uno es que cuando uno se decepciona no cuestiona al mentiroso sino que siente que ya no se puede creer en más nada. Y ahí podemos volver al problema del voto de los jóvenes o de no tan jóvenes, que votan desde una perspectiva descreída. La segunda alternativa que puede derivar del creer lo que no se debe creer es que quien creyó –de nuevo– no cuestiona al mentiroso sino que siente una profunda vergüenza por haber creído lo no creíble y que desde su furia pida más argumentos mentirosos para poder seguir creyendo.

–¿Qué pasa con el tema de la ley en el discurso de Milei? Como dijo el analista Cristian Rodríguez en un artículo que publicó este diario, suena igual a «Mi ley». ¿Qué dice eso de la personalidad del candidato? ¿Es una ley caprichosa la que plantea?

–Yo creo que uno puede tentarse con hacer muchos diagnósticos sobre Milei. También me tienta la idea psicopatológica, pero el problema aquí es en qué medida la psicopatología se traduce como psicología social después; en qué medida la psicopatología de un personaje tiene resonancias con lo que después va ocurriendo en la psicología social. De todos modos, para ir a su pregunta, yo diría dos cuestiones. La primera es que habría que tomar en cuenta la identificación animal de Javier Milei.

–¿A qué se refiere?

–Por un lado, él se propone como un león. Por otro lado, cuando él habla de sus hijitos de cuatro patas, que son los perros. Cuando él plantea que sus perros son sus hijos de cuatro patas, yo creo que él no está humanizando a sus perros, sino que está expresando su propia animalidad. El es el padre de cuatro perros. No lo digo como una cuestión atractiva en términos psicológicos, sino porque creo que eso expresa el predominio de la irracionalidad de Milei. No es que Milei tiene una ley así o asá. Milei es la irracionalidad, es el caos. Cuando él propone reducir no sé cuántos ministerios y organismos públicos, por supuesto que eso apunta a desamparar a miles y miles y miles de personas. Pero, además, si hubiera menos ministerios, menos organismos, los temas de los que se ocupan esos ministerios no desaparecen. Eso llevaría a que muchos más temas estén en muchas menos manos, que serían los funcionarios que queden. En cualquier proceso institucional, eso es entendido como un proceso regresivo, un proceso de descomplejización, que es expresión del caos institucional. Cuando uno ve los postulados económicos de Milei, a Milei sólo le preocupan los números, las cantidades, no le preocupan las cualidades. Y eso es otra manera de aludir a la irracionalidad o de aludir a esta animalidad. Freud decía que la salud tiene algo de la neurosis y algo de la psicosis. Tiene algo de la neurosis, en tanto en la salud no se niega la realidad, pero tiene algo de la psicosis en tanto se intenta transformarla. Yo creo que en este panorama de Milei, la ecuación se ha invertido y, entonces, ya sí negamos la realidad y, además, hemos desistido de transformarla.

Fuente: Página 12