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«El coronavirus tapa muchos aspectos de la realidad», se titula una extensa entrevista que Diario Perfil hizo al exsecretario de Cultura de Néstor Kirchner, José «Pepe» Nun, quien afirma que la pandemia no es el único problema al que se enfrentan sociedades como la argentina. Uno de los más graves es la falta de tradición democrática, que en tiempos de crisis puede devenir en autoritarismos o populismos. Señala que, pasado el virus, el primer foco deberá ponerse en el desarrollo. Para lograrlo se necesita una reforma impositiva, que haga más fuerte al Estado.  En ese sentido criticó a Juan Manuel Urtubey, por la política impositiva rural.

Durante la extensa entrevista, que compartimos, Nun dijo que le “llama la atención por ejemplo el caso de Salta, donde Juan Manuel Urtubey, estanciero, latifundista, limitó al máximo la recaudación del impuesto inmobiliario rural y no vaciló en aparecer en la tapa de una de las revistas de moda vestido de estanciero. Y cuando uno analiza la provincia ve que un 88% de impuestos proviene de Ingresos Brutos, ¿no es cierto? ¿Y sabe cuál es la relación en Salta? En Salta se recauda 88%, y entre un 1% y un 2% es de impuesto inmobiliario rural. El resto son otros impuestos”.

La entrevista:

—Su tesis doctoral en los años 60 fue sobre desarrollo económico. ¿Es distinto el desarrollo económico posible para la Argentina de hoy entrando a la tercera década del siglo XXI de aquel que usted describió? ¿El coronavirus incidirá?

—Sí, pero con algunas salvedades. Si hay alguna certeza sobre el coronavirus es que no hay certezas. Nadie sabe nada, ni siquiera tienen certezas los epidemiólogos o los infectólogos, como lo demuestra que hay en este momento 400 patentes en curso muy diferentes entre sí para inventar un antídoto para el coronavirus. Eso en lo referido al momento de gran gran incertidumbre que estamos viviendo. Una segunda observación es que los únicos pronósticos que se pueden hacer son sobre el pasado. Por eso los historiadores discuten tan fervorosamente distintas interpretaciones de lo que pasó. Pronosticar el futuro es ser parte de un juego de azar. Un ejemplo es que en 1969 se inventó internet. Ningún escritor de ciencia ficción de los últimos dos siglos imaginó que se crearía: pronosticaron cualquier cantidad de cosas, pensaban en platos voladores o imaginaban autos que volaban pero a nadie se le ocurrió la posibilidad de internet. Esto, para establecer la dificultad de ver con anticipación hacia dónde van las cosas. Sin embargo, sí se puede decir algunas cosas obvias. Por ejemplo, la discusión que se traba en este momento de globalización o no a la salida del coronavirus es una muy encubridora, porque los datos son bastante contundentes. En el mundo hay 60 mil bolsas de valores. El 50% de los valores que se negocian en esas 60 mil bolsas que hay en el mundo está en manos de mil empresas, es muy difícil imaginar que estas mil empresas, o buena parte de ellas, desaparezcan o dejen de hacer su juego. Lo están haciendo hoy mismo. El coronavirus tapa muchos aspectos de la realidad que continúan desarrollándose. En nuestro país tenemos la evidencia más clara de cómo se negocian impunidades, de cómo se alteran realidades institucionales que debían funcionar de otra manera, mientras está toda la acción de la cuarentena.

—O sea que, según su análisis, la globalización continuará.

—Va a seguir su rumbo con modificaciones, con alteraciones, pero eso sucede todo el tiempo. Desde este punto de vista, el encierro proteccionista nacionalista no va a prosperar. Donald Trump ahora parece estar en vísperas de perder las próximas elecciones. Lo mismo sucede con un señor tan incapaz como Jair Bolsonaro defendiendo un proteccionismo trasnochado. Creo que van a quedar en el recuerdo. Esto no quiere decir que no se va a alterar una cantidad significativa de cosas. Por ejemplo, es seguro que en los próximos años la extracción de excedentes de los países llamados emergentes o subdesarrollados va a ser mucho más limitada, porque van a tener que atender al reclamo de los más vulnerables para poder sobrevivir. Como en todos los casos, estos son los sectores que corren con los costos de la catástrofe.

—Otra de las disidencias respecto de cómo el coronavirus modificará el futuro tiene que ver con la idea de que va a triunfar un modelo más autoritario, más del estilo del modelo chino, y habrá una caída de los valores de la democracia liberal de división de poderes. Sin embargo, lo noto optimista en que las cosas vayan en un sentido contrario, que no haya una vuelta autoritaria y se deseche a líderes con algún sesgo autoritario como Bolsonaro, como Trump.

—Más bien los desechaba en términos de su nacionalismo. En términos de un encierro proteccionista, En cuanto al autoritarismo, creo que es al contrario: hay que luchar contra él permanentemente. Es preciso distinguir dos grandes concepciones de la política: la primera es la “autocrática”, que tiene varios siglos detrás. Un ejemplo de ello es que hace varios siglos se implementaron las mismas medidas de ahora en la lucha contra el que fue el coronavirus en el siglo XIV en Florencia.

—Durante la peste negra.

—Sí. Y tres siglos después en Florencia se volvió a imponer la cuarentena. Se estableció que el período de contagio era de 22 días en vez de 14, como ahora. Por otra parte, los respiradores datan de 1907, con los pulmotores. O el uso de plasma de enfermos curados en contagiados data de fines del siglo XIX. Ahora se apela a recursos que nada tienen que ver con la modernización de las ciencias médicas. Esto da testimonio de que, por imperativos políticos, los científicos están en condiciones de fabricar misiles intercontinentales pero no de encontrar remedio para este virus que fue preanunciado. Pero me despegué un poquito de la pregunta por el autoritarismo.

—¿Habría que estar atentos a las regresiones autoritarias?

—Depende de a qué país nos refiramos. Un dicho afirma que “todas las generalizaciones son falsas, incluso esta”. No se puede hablar de la misma manera de Nueva Zelanda o de Suecia o de Dinamarca o de Canadá que de Argentina. Y tampoco se puede comparar Argentina con Chile.

—Luego de la caída del Muro de Berlín, hubo un crecimiento generalizado, con excepciones también, de las democracias liberales. ¿Usted teme que después del coronavirus pueda haber un retroceso de los procesos democráticos? Países con elecciones pero sin verdadera división de poderes, por ejemplo.

—Eso tiene que ver con las dos concepciones de la política a las que comencé a referirme. Cuando se produce la crisis del orden medieval europeo se genera una cantidad de guerras y enfrentamientos a los que va a poner fin el ascenso del absolutismo, que es la identificación del Estado y del gobierno. Lo que resume una frase, seguramente apócrifa pero bastante reveladora, de Luis XIV: “el Estado soy yo”.

—La salida del feudalismo fue la monarquía absoluta

—Exactamente. Y para enfrentar la monarquía absoluta es que desde el fin del siglo XVIII surge el liberalismo, otra vez en Europa. Si nos fijamos en nuestro país, estableció en 1853, por inspiración esencialmente de Juan Bautista Alberdi, una Constitución que representaba la concepción alternativa, la republicana, que niega que Estado y gobierno sean lo mismo. En otras palabras, “el Estado no puedo ser yo”, como diría Luis XIV, porque son cosas diferentes. El Estado comprende al Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, unos y otros se controlan. Esta es la concepción que instala la Constitución del 53 en Argentina. Nunca se cumplió, algo de lo que era consciente el propio Alberdi cuando decía: “La Constitución refleja la república ideal”. Frente a eso está la república posible, y nosotros por ahora no podemos aspirar a cumplir los preceptos constitucionales. Algo que viene desde la república oligárquica, la república de notables. Hasta el día de hoy nunca existió en la Argentina una aplicación plena de la concepción republicana. Una prueba muy sencilla que se puede hacer es preguntar qué es la democracia a los políticos y a la gente en general. La respuesta previsible será que la democracia es la elección de las autoridades periódicamente por el pueblo, la democracia como voto. Ese es un lugar común contra el que vine infructuosamente luchando, aquel que dice que en Argentina en 1983 volvió la democracia. Para que algo vuelva tiene que haber estado antes, pero lo previo es que en Argentina hubo voto pero no hubo democracia. Hubo voto con 19 años de proscripciones pero no hubo una democracia constitucional, una democracia republicana, tal como establece la Constitución argentina. No pudo volver, porque antes no estuvo.

Raúl Alfonsín intentó dar los pasos para empezar una transición y quedó frustrado muy rápidamente. Este país tuvo líderes iluminados, dictaduras militares, populismos autoritarios, pero realmente, salvo que uno apele a los seis años del gobierno de Agustín Pedro Justo, que tampoco se consolidó y además no había voto femenino, este país estuvo marcado por la concepción autocrática de la política. En 2015, la presidenta Cristina Kirchner atacó muy fuertemente a la Corte Suprema porque habían comenzado ya las demandas por corrupción contra su gobierno. En su discurso de inauguración de sesiones ordinarias en el Congreso cargó contra la Corte Suprema y su administración de justicia. Todos esperábamos ver cuál sería la réplica de Ricardo Lorenzetti, que tenía que inaugurar el año judicial como presidente de la Corte Suprema, unas semanas después. Fue un discurso muy moderado, en el que dijo que el Poder Judicial estaba para ponerle límites al Poder Ejecutivo. La señora de Kirchner le respondió airadamente en todos los medios diciendo que a ella solamente le ponía límites el pueblo en las urnas. Nuevamente, según esta visión, lo único que define a un gobierno en Argentina es el voto. Algo que sigue vigente y provoca una gran dificultad en afirmar las instituciones. Y esto cobra particular valor en un momento en que el Poder Legislativo debería estar sesionando casi permanentemente. Y tenemos que no se reúne o se reúne para armar recién ahora protocolos, como en el caso de la Cámara de Diputados. Lo hace recién ahora, mientras que en los municipios, los concejos deliberantes, en una buena cantidad de municipios, tuvieron reuniones constantes. Por ejemplo, me consta que en el municipio de Lincoln, el Concejo Deliberante tuvo reuniones constantes.

—Usted es una rara avis: es abogado, al mismo tiempo su especialización inicial fue en el desarrollo económico, pero fue secretario de Cultura. Su carrera académica estuvo más vinculada a las ciencias sociales. Usted renuncia al gobierno de Cristina Kirchner poco después de que renuncia Alberto Fernández. ¿Cuál era su relación con el actual presidente por entonces? ¿Implica una afinidad de miradas con él la coincidencia en el tiempo de la renuncia?

—Conocí por intermedio de José Pablo Feinmann a Néstor Kirchner en el primer momento de su gobierno. Nos invitó a una cena en Olivos y nos quedamos hasta la madrugada conversando. Ese fue el momento de la convergencia. Nunca fui peronista, pero a partir de ese encuentro me llamó varias veces Kirchner para ofrecerme cargos. Ninguno me interesaba, incluido un cargo realmente muy ingenuo como fue el de crear, dentro de la SIDE, un instituto de formación democrática. Le contesté que no tenía sentido reunir a los espías una hora por semana para que escucharan cosas que no les interesaban. La cuestión es que era secretario de Cultura Torcuato Di Tella, un gran gran amigo mío, un tipo no solamente muy inteligente sino muy suelto de lengua. Un día amanecemos con una declaración de él diciendo que en realidad ni al presidente ni a él les importaba mucho la cultura en ese momento. Kirchner se enojó muchísimo y le exigió la renuncia, de manera tan peculiar que cuando Torcuato fue a llevarle la renuncia lo pararon en la entrada de la Casa Rosada y no lo dejaron pasar. Le dijeron que tenía que dejar el sobre en la misma puerta. Con los años fue embajador en Italia, pero esto no viene al caso. Al día siguiente me llama Néstor y me pide que lo vea en su despacho. Su despacho era contiguo al de Alberto Fernández, a quien yo no conocía. Lo esperamos en el despacho de Alberto Fernández, pero cuando apareció Kirchner, medio en broma, se yergue tan alto como era, y me dice: “Cuatro veces te ofrecí cargo, me dijiste que no. Dicen que pertenezco a un movimiento autoritario, ahora te ordeno que me digas que sí”. Le dije sí sin saber exactamente a qué. Kirchner se explicó: “Sos el nuevo secretario de Cultura que prontamente va a ser designado ministro de Cultura” y me dio un abrazo. Era obvio que me iba a ofrecer eso porque había pasado lo de Torcuato 24 horas antes. Ahí le aclaré que le había dicho que sí pero que no le había manifestado mis condiciones. Nos sentamos a conversarlas. De un lado, yo; del otro, ellos dos. La primera fue pedirle que duplicaran el presupuesto de cultura, que hasta ese momento era ridículo. Su respuesta fue girar hacia Alberto y decirle: “¿Creés que lo llamaríamos a Pepe (mi apodo) para no darle plata?”. Y entonces le dije: “No, Néstor, hablame a mí”. Néstor siguió: “Por supuesto que vamos a darte fondos y vamos a aumentarlos rápidamente. ¿Segunda condición?”. Le digo: “La segunda es para mí tan importante como la primera: yo designo a los funcionarios de la Secretaría de Cultura. No acepto que me pongan a nadie”. Ora vez gira y le dice a Alberto Fernández: “¿Y de qué otra manera podría ser?”. Volví a decir lo mismo: “Néstor, mirame a mí y decime que es así”. “Te aseguro que vos sos el único que designa a los funcionarios de la Secretaría de Cultura”, fue su respuesta. Debo ser fiel a la realidad y decir que nunca durante los cuatro años de Kirchner me trataron de colocar a nadie en la secretaría. Soy responsable de todo lo que se hizo durante esos años, que afortunadamente fue mucho. Siempre que mandé un nombramiento, Alberto Fernández gestionaba de inmediato el decreto correspondiente. Lo que me indujo también a un cierto error, porque hice una gestión totalmente pluralista, al punto que casi creía, sin darme cuenta, que estaba manejando una ONG. Hicimos muchísimas cosas que algún día contaré, pero el hecho es que Alberto Fernández se mantuvo absolutamente fiel a la palabra que estaba empeñada por el presidente y el presidente mismo nunca varió de posición. Cuando sube Cristina, cometí el error de no advertir que ella no había estado presente en esa reunión y seguramente no sabía de ese pacto, o incluso que no le parecía correcto. Al poco tiempo, empezó a mandarme personajes, algunos de los cuales después fueron muy conocidos públicamente, porque eran funcionarios muy competentes pero de los que tenía pésimos antecedentes en términos de su rectitud, me parecían peligrosamente corruptibles. En esas condiciones, no quise seguir.

—La mecánica de mirar a Alberto y no a usted parecía una forma de acceder a sus pedidos e indicarle a Alberto que lo hiciera.

—Exactamente.

—Luego asume Cristina Fernández pero Alberto Fernández continúa siendo jefe de Gabinete, ¿en ese período en el que Alberto Fernández continuó siendo jefe de Gabinete también recibía esos pedidos de Cristina Kirchner o solo cuando renunció? ¿Alberto era el garante del cumplimiento de la promesa de Néstor?

—Tengo que pensarlo un poquito. Era 2007, y él cumplió órdenes. Cuando me enviaron estos personajes, Fernández era todavía jefe de Gabinete. Evidentemente, respondía a las órdenes que le daba la presidenta. Por otra parte, es lo que corresponde a un jefe de Gabinete.

—¿Cómo lo juzga como presidente?

—Debe hacerse una distinción acá que los medios no están haciendo suficientemente.

—¿Cuál sería?

—Si usted hace una encuesta en Africa sobre los médicos sin fronteras, registrará una popularidad del 70%/80% o más porque es gente que está entregada a una misión sumamente noble y cumpliéndola a como dé lugar ¿Esto qué indica? Que son populares, reconocidos; pero no dice nada sobre su potencial liderazgo. No se distingue bien el hecho de que haya aumentado la popularidad de Alberto Fernández con su calidad de líder consolidado en su posición. Desde este punto de vista, tiene el terreno mejor abonado para afirmarse como líder, pero veo que no lo está haciendo. Mi memoria no es extraordinariamente buena, pero no recuerdo en Argentina que un presidente haya demorado sistemáticamente uno o dos días sus anuncios. Juan Perón anunciaba que hablaría a las ocho de la noche al país y a esa hora hacía su discurso. Esto de Alberto Fernández de que nadie sabe a qué hora va a hablar porque tiene que estar negociando hasta último momento es una evidencia no de democracia, no de apertura, sino de debilidad. Nadie sabe cómo fue el pacto que hizo él con Cristina. El rumor generalizado es que si triunfaba el peronismo su intención era pedirle a Cristina ser designado embajador en España. La contrapropuesta fue la presidencia de la nación. Pero, ¿cuáles fueron las condiciones? No lo sabemos.

—¿No cambiarían las condiciones a partir del poder que Alberto va consiguiendo?

—¿Pero cómo cambia las condiciones de poder si no se mueve en consecuencia? El gobierno (y no solo el estado, sino también los poderes Legislativo, Judicial y Ejecutivo) está loteado. Se encuentra ocupado no por los más aptos, no por los más capaces, sino que se divide por negociaciones entre camporistas, massistas, quizás algo a la izquierda. En estas condiciones, hay una ineptitud generalizada en la administración pública que se ve continuamente. No se nombran especialistas como correspondería. Por ejemplo, la AFIP no está en manos de expertos en impuestos. Mercedes Marcó del Pont es una excelente economista pero los impuestos no son su especialidad. Uno suponía que por lo tanto se iba a rodear de expertos en impuestos pero está muy lejos de haberlo hecho. Incluso, designó a una ex cuñada de Máximo Kirchner. Se observa mucha ineptitud. Si fuese asesor político de Alberto Fernández le diría que aproveche que tiene una oportunidad inmejorable.

—Se dice que eso fue lo que le dijo Roberto Lavagna a Alberto Fernández: “la fortuna te colocó delante del coronavirus, es una oportunidad única, aprovechala”.

—Aprovecharla significaría por ejemplo pegar un golpe en la mesa y pedirle a Horacio Pietragalla que deje su puesto. Pietragalla pasó por encima de la Ministra de Justicia, Marcela Losardo, reclamando la libertad de Ricardo Jaime, entre otras personas, algo similar a intimación a la Corte Suprema, de Graciana Peñafort, la abogada de Cristina Kirchner. Sin Pietragalla hubiéramos perdido muy poco, pero se hubiera afirmado el liderazgo de Alberto, que hizo tanta proclama de su carácter de penalista. Llegó a su cargo de profesor adjunto nombrado por Esteban Bebe Righi, en la cátedra de Derecho Penal. Nunca fue un jurista destacado, su actividad política tampoco se lo hubiera permitido, pero trató de sacar mucho partido de eso, aunque no creo que le haya rendido en votos. Que un penalista acepte la enormidades que se están haciendo y que las apruebe, que tenga algún momento de vacilación y después retroceda, me invita a pensar de que su pacto haya sido muy unilateral.

—¿Es imposible pensar que espera juntar las fuerzas suficientes para las elecciones del año próximo y generar una mayor cantidad de legisladores cercanos a él para luego modificar las condiciones del pacto?

—No lo sé, pero me baso en algo que no me parece inocente. Oscar Parrilli, brazo derecho de la señora de Kirchner, lo dijo claramente: “Alberto Fernández es el presidente, pero la que conduce es Cristina Fernández”. Si puede afirmar esto es porque está respaldado por algún acuerdo previo. Por eso el Presidente no lo desdice. Mientras ocurría todo lo que está pasando en este momento con la pandemia, parece bastante evidente que Cristina Kirchner se mueve de manera permanente.

No es cierto que Martín Guzmán no tenga que responder semanalmente sus preguntas y darle cuenta de sus actos. No es verdad que no interviniera fuertemente en el Poder Judicial, y mucho menos es verdad que no esté trabajando para que los gobernadores, que tanto aparecían como los soportes de Alberto Fernández, le respondan. También se sienta al lado de un gobernador como Gildo Insfrán, un verdadero señor neofeudal de Formosa. O con Jorge Capitanich o el gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora. O con la cuñada de Cristina, Alicia Kirchner. No está claro que el panorama en el Senado cambiará, como tampoco está claro que Sergio Massa mueva sus fichas. No se puede ser ingenuo en el análisis.

—El hecho de que Cristina tenga 60% de rechazo, mientras que Alberto Fernández haya bajado de más de 52% de imagen negativa a 19% y su aprobación sea entre 80% y 83%, según las encuestas, ¿no le dará a Alberto Fernández la posibilidad de derrotarla?

—Tiene que ver con lo que hablamos acerca de la popularidad. En las encuestas los resultados dependen de la manera en que se plantean las preguntas. La aprobación y el rechazo tienen bastante que ver con la centralidad de Alberto Fernández en la lucha contra la pandemia. Para que esto se traduzca en votos hay que pasar por una cantidad de filtros muy importantes: el de los punteros, los comités, las implantaciones territoriales de las posiciones. No hay nada automático desde este punto de vista, y por suerte no tenemos colegio electoral, como ha sufrido Estados Unidos.

—Que llevó al triunfo a Donald Trump.

—Claro. Pero de ninguna manera me atrevería a establecer una correlación directa con la popularidad actual de Alberto Fernández, que seguramente va a bajar mucho a medida que se vayan tratando de liberar las condiciones para que la economía empiece a funcionar. Un fenómeno que está ocurriendo en nuestro país es que el único recurso disponible en este momento es la emisión monetaria.

—Porque no hay manera de endeudarse.

—Una alternativa sería el famoso impuesto que Carlos Heller no termina de elaborar.

—Usted se manifestó a favor de una modificación del sistema tributario. Creo recordar una declaración suya que decía que si hubiese habido un impuesto a la riqueza diferente no se hubiera llegado a semejante deuda externa.

—Sí. Pero eso es totalmente diferente a lo sucede ahora. Lo que sigue siendo vigente es que la Argentina necesitaba y necesita una reforma impositiva que no se hizo: Argentina tiene una matriz regresiva en materia de impuestos. Eso significa que pagan más los que menos tienen en proporción a sus ingresos. Es algo apabullante, y no fue modificado desde la dictadura militar. Le doy un ejemplo muy fuerte: en los años posteriores a la guerra, países como Gran Bretaña o Estados Unidos recaudaban por impuesto a las sucesiones un caudal sumamente importante porque las alícuotas para las sucesiones más cuantiosas eran de más del 80 y del 90%. Es uno de los temas que desarrolla Thomas Piketty. —Precisamente Piketty propone, para solucionar el problema de la inequidad, volver a alícuotas de la tasa de la herencia mucho más altas. —Fíjese de qué manera la concepción autocrática tiene un entramado muy sólido en Argentina: de un plumazo, José Alfredo Martínez de Hoz pudo en 1976 eliminar el impuesto a la herencia. En 1994, cuando se reformó la Constitución, se introdujeron algunas instituciones nuevas de participación. Una de ellas es la iniciativa popular. Tiene que ser reglamentada, significa que si un 3% de los ciudadanos elabora un proyecto de ley, este necesariamente debe ser ingresado y tratado por la Cámara de Diputados. Lo pueden rechazar, desde luego, pero debe tratarse.

Pero la gente suele ignorar que, para cubrirse las espaldas, la Constitución nacional establece que está excluido de la iniciativa popular todo lo referido a lo impositivo, a materia presupuestaria, a tratados internacionales en materia penal, vale decir que de un plumazo Martínez de Hoz pudo eliminar el impuesto a la herencia, pero decenas de miles de argentinos que deseen presentar un proyecto para que se restablezca no lo pueden hacer porque no es constitucional. “La gente tiene que tomar plena conciencia de que el Estado cuesta plata.”

—En los países sajones, como Estados Unidos concretamente, el impuesto a la herencia supone un 50%. En la Argentina, la acumulación de bienes personales en treinta años es similar. ¿Se podría decir que uno sustituye al otro o son dos impuestos diferentes?

—Son dos impuestos muy diferentes, sobre todo porque el impuesto a los bienes personales es muy difícil de recaudar y aportó hasta hoy muy poco. En casi todos los países capitalistas del mundo, los impuestos a los que hay que prestarles atención son en primer lugar el impuesto a las rentas o el impuesto a las ganancias. Ese impuesto en Argentina es una vergüenza. En los países desarrollados, en Estados Unidos o en los países europeos representa un 14% o 15% del producto bruto interno. En los países nórdicos representa incluso un poco más. Pero aquí es tres veces menos, nunca se recaudó ni el 6%.

—El total de la presión tributaria es mayor.

—El total de la presión tributaria argentina es menor al promedio de los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). La presión tributaria en Argentina es alta porque afecta fuertemente a aquellos que no están en condiciones de pagarla. En países como Francia tienen una presión tributaria del 48%, nosotros tenemos una presión tributaria que oscila alrededor de 30% y 32%, muy inferior a la de los países europeos, incluso a la de varios países latinoamericanos, por ejemplo Costa Rica.

—El gasto público total se duplicó. Pasó de 20 puntos del producto bruto a más de 40 puntos. Una parte se puede cubrir con deuda pero la otra llega del impuesto inflacionario.

—Eso es totalmente cierto. Es la otra cara. La gente tiene que tomar plena conciencia de que el Estado cuesta plata. El Estado necesita recursos. Y fundamentalmente no tiene más que tres lugares para obtenerlos. Uno son los impuestos: es la forma más genuina, la principal. El segundo son las eventuales ganancias que produzcan las empresas públicas o la compraventa de tierras públicas y el tercero es el endeudamiento, tanto el interno como el externo. Es notable que se hable del endeudamiento como casi el único recurso y no se habla de la reforma impositiva. Cuando Mauricio Macri propuso su tan pregonada reforma impositiva lo que mandó fue un paquete impositivo totalmente incoherente que era una serie de parches y remiendos. Pero en la Argentina el impuesto a las ganancias debería aumentar sus alícuotas a medida que sube el ingreso de las personas. Y eso que estamos hablando de ingreso y no de riqueza. Es más preciso hablar de esta última que de aquellos, porque los ingresos pueden variar. En primer lugar, el impuesto a las ganancias. Y le señalo de paso que el impuesto a las ganancias aplicado sobre los ingresos en Argentina no permite medir la desigualdad porque el primer decil, el primer 10% de la población en la escala de ingresos, tiene una diferencia con el más bajo, el más pobre, de unas 25 veces. Y esto se debe a que la Encuesta Permanente de Hogares en la que se basa el cálculo del ingreso es muestral, y al ser muestral las grandes fortunas generalmente no entran, simplemente por razones técnicas. En México hicieron un estudio en 2018 para establecer el ingreso real de sus habitantes. Obtuvieron entonces las declaraciones impositivas, de manera que pudieron medir sobre el conjunto. Partieron pensando que la diferencia entre los dos deciles era de 25 veces y llegaron a comprobar una de 55 veces. El primer impuesto que en Argentina tendría que ser revisado es el impuesto a la renta o el impuesto, todavía mejor, al patrimonio. Solamente un incremento moderado de ese impuesto, quiero decir, no pasar al 14 o 15%, sino al 10%, sería casi el equivalente del déficit anual en dólares del Estado nacional. El segundo impuesto esencial realmente tendría que avergonzarnos a todos los argentinos. Y en el análisis parto de datos exclusivamente oficiales: me refiero al impuesto inmobiliario, sobre todo al impuesto inmobiliario rural. Fíjese usted una cosa, los gobiernos provinciales, que son los que recaudan el impuesto inmobiliario, también necesitan recursos. Básicamente los obtienen del Estado nacional, pero los pueden generar a partir de dos tipos de impuesto: por una parte un impuesto progresivo como es el inmobiliario, por otra, el impuesto regresivo, similar al IVA pero peor, que es Ingresos Brutos, porque se aplica a cada etapa del proceso económico, mientras que el IVA se aplica al producto final. Pese a esto, los gobiernos provinciales han volcado toda la presión sobre Ingresos Brutos, un impuesto absolutamente regresivo que afecta a los más pobres.

Al punto de que si usted toma el total del país, el 77% de los ingresos provinciales provienen de Ingresos Brutos y solamente el resto, la parte mayoritaria del resto de esto que sería un 20%, corresponde al impuesto inmobiliario urbano y rural. Es lamentable en un país agropecuario.

Me llama la atención por ejemplo el caso de Salta, donde Juan Manuel Urtubey, estanciero, latifundista, limitó al máximo la recaudación del impuesto inmobiliario rural y no vaciló en aparecer en la tapa de una de las revistas de moda vestido de estanciero. Y cuando uno analiza la provincia ve que un 88% de impuestos proviene de Ingresos Brutos, ¿no es cierto? ¿Y sabe cuál es la relación en Salta? En Salta se recauda 88%, y entre un 1% y un 2% es de impuesto inmobiliario rural. El resto son otros impuestos.

Lo mismo ocurre en Formosa. Lo que sucede es que tanto en el norte como en el sur del país, como en otros lugares de la pampa húmeda, los que gobiernan suelen ser latifundistas o estar financiados por latifundistas. Si hubiera una reevaluación fiscal de las tierras no harían falta retenciones. Si resulta que una hectárea que tiene un valor de mercado de 100 mil dólares está valuada fiscalmente en 5 mil dólares, es obvio que el impuesto que se recaude va a ser muy bajo. Es un cambio que Daniel Scioli intentó muy tímidamente en la provincia de Buenos Aires. En Santa Fe también se intentó y se fracasó. Pero después desapareció el tema de la prensa. Y si a usted le parece muy elevado el valor del mercado porque puede oscilar y puede variar de un año para el otro, bueno, póngalo, digamos, a la mitad o a dos tercios de su valor de mercado. Ya con eso descomprimiría Ingresos Brutos y la recaudación impositiva de las provincias aliviaría también al Estado nacional. Son cuestiones que no suelen discutirse. Y en tercer lugar, luego de Ganancias y el impuesto inmobiliario, hay que reponer el impuesto a las sucesiones. Sobre estos tres pilares tiene que montarse una reforma impositiva en serio. Una reforma que no ha hecho ninguno de los gobiernos que se han sucedido desde la dictadura militar. No lo hicieron. Néstor y Cristina Kirchner se llenaban la boca criticando al imperialismo, pero la ley de inversiones extranjeras que dictó José Martínez de Hoz sigue en pie hasta hoy. La extranjerización de la economía argentina fue más alta durante el gobierno de Cristina Kirchner que durante el de Carlos Menem.

—Cuando el coronavirus deje de ser el tema principal, las cuestiones del desarrollo y lo impositivo seguirán siendo esenciales. Cuando se acabe la urgencia va a ser cada vez más importante.

—Ojalá que la popularidad de Alberto Fernández se transforme en fortaleza de liderazgo, cosa que está por verse. Y también ojalá que muy pronto se acabe la pandemia.

Fuente: Perfil