Compartimos la columna de la periodista Natalia Nieto emitida en el programa Compartiendo su Mañana por Aries FM.

La ciencia no es ciencia si no se comunica. Es uno de los conceptos fortalecidos por el sociólogo argentino Mario Bunge, -quien más allá de las controversias que desató tras sus posiciones ideológicas de los últimos años-, fue de los investigadores que más propendió a masificar el conocimiento científico.

¿Qué papel juega la comunicación en el conocimiento científico? Pues sin ella, no existe. El conocimiento científico es público y esa, es a su vez, una condición necesaria para la verificación de los datos empíricos y de las hipótesis científicas.

La comunicación de los resultados y de las técnicas de la ciencia no solo perfecciona la educación general, sino que multiplica las posibilidades de su confirmación o refutación. Y está claro que conocer en qué trabajan investigadoras e investigadoras locales, seguramente permitirá que el prejuicio social sobre el distanciamiento de la Universidad de la realidad o necesidad ciudadana, se irá cayendo. O aquello que hemos criticado bastante y es el concepto de la “Universidad en el taper”. Algo de eso charlamos en El Acople con Daniel Hoyos, el rector de la Universidad Nacional de Salta y Nicolás Innamorato, vicerrector de la Universidad Nacional de Salta, que tienen proyecto extender la universidad a toda la región NOA. “Queremos acercar la UNSa a la comunidad, a cada barrio y a cada pueblo”, sostienen.

Y en ese afán de conectarnos con el conocimiento que produce la universidad con las necesidades reales; es que en la charla surgió, por ejemplo, que el Ministerio de Salud ya produce un insecticida biológico para controlar larvas de mosquito. Lo hace a través del Laboratorio de Investigación y Producción de Biocontroladores, y está abocado a producir un insecticida biológico llamado BTI, destinado a controlar las larvas de mosquito, principalmente en pozos ciegos, para evitar la proliferación de insectos transmisores de enfermedades como el dengue. La querida colega Paola Soldano, de la agencia Télam, profundizó más sobre este tema y habló con Carolina Campo, del Laboratorio de Investigación y Producción de Biocontroladores de Salta, que contó que «el año pasado, en Salvador Mazza, hicimos la validación de un producto que fabrica el laboratorio, que es un biocontrolador a base de agentes que sirven de alimento a las larvas» y que se trata de un “producto que ha sido mejorado para poder usarlo en pozo ciego, que es un ecosistema que antes no se tenía en cuenta para dengue y que es un verdadero criadero de mosquitos».

Este laboratorio produce un insecticida larvicida biológico llamado BTI, que se trata de un compuesto proteico sintetizado de la bacteria Bacillus Thuringiensis, de serotipo Israelensis.

El BTI elimina las larvas de insectos de los géneros Aedes aegypti, Anopheles, Culex y Simulium, los cuales incluyen a los mosquitos vectores del dengue, zika, chikungunya, fiebre amarilla, malaria e incluso a la «mosca negra» o jejenes.

El producto es líquido, cada botella contiene 30 mililitros y se aplica en los pozos ciegos, considerado uno de los grandes criaderos.

La elaboración de este biocontrolador estuvo a cargo de un equipo de docentes e investigadores de la cartera sanitaria provincial, de la Universidad Nacional de Salta (UNSa) y del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).

Se trata de un larvicida inocuo para la salud humana, altamente selectivo, no afecta a otros insectos, ni a la flora y la fauna, es biodegradable, de rápida acción y no genera resistencia.

«Este producto sirve en pozo ciego y se hace extensible a todos los recipientes que puedan servir de foco de aedes» aegyptis (la principal variedad de mosquito que transmite el dengue), expresó Campo, quien detalló que el pozo ciego «es el desafío más grande».

Salvador Mazza ha sido la primera área operativa que ha usado el producto en terreno y “anda muy bien y estamos orgullosos que sea salteño” dijo Campo, que contó también que en 15 días, de tener 300 o 400 larvas en un recipiente de 200 mililitros, pasamos a tener dos o tres larvas. En Aguaray, por ejemplo, un pozo ciego tenía en un recipiente del tamaño de una botella 7.000 larvas y, al aplicar el producto, en una semana se redujo a unas 3.500 larvas y en dos semanas quedaban apenas 30.

Esta investigación conjunta demostró que se puede aplicar el conocimiento que para quienes están fuera de la Universidad parece abstracto, pero que en “la vida real” puede ser sumamente aplicable y llevado adelante, más aún si se suma la articulación con otros organismos públicos y se interesa a los privados en las posibilidades de invertir en ciencia local y masificar la producción salteña.

Celebro que la UNSa esté compartiendo a diario, las novedades que producen la comunidad universitaria, que la mayoría de las veces son brillantes pero mueren en el papel porque nadie se entera. La ciencia no es ciencia si no se comunica.