Orígenes, tratamientos y evidencia científica . Las críticas a Wado de Pedro sirvieron para colocar en agenda un trastorno experimentado por 70 millones de personas. Biden, Borges y Jorge VI, algunos de los casos emblemáticos que superaron la discriminación, a partir de la construcción de perfiles públicos notables.
Las polémicas declaraciones de periodistas opositores en torno a la posible candidatura presidencial del ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, colocaron al tema de la tartamudez en agenda. Algo que invita a pensar sobre este trastorno en la fluidez normal y continuidad del habla. ¿Se trata, realmente, de una condición inhabilitante para las personas? ¿Qué evidencia científica hay con respecto a sus orígenes y tratamientos? ¿Qué personalidades de la cultura, deportistas y jefes de Estado lograron sobreponerse e hicieron carreras, contra todos los pronósticos, de máxima visibilidad pública?
También conocida como “balbuceo”, la tartamudez conlleva problemas frecuentes en la expresión y el habla. Se trata de individuos que conocen perfectamente lo que quieren decir, pero afrontan dificultades al momento de hacerlo. Lo que comúnmente se observa es que, con una rigidez corporal marcada, les cuesta comenzar una palabra, prolongan el sonido de una frase o ensayan un silencio más extenso de lo acostumbrado. Sin embargo, lo que no se observa es la procesión que va por dentro: esa barrera imaginaria que imposibilita el decir cuando se tiene ganas de decir.
Suele ser frecuente en niños y niñas durante el prescolar o los primeros años de escolaridad, al momento de aprender a leer y a escribir. Lo que quieren expresar, a menudo, trastabilla con el ritmo de sus pensamientos; ideas que marchan a otra velocidad y descoordinan el procedimiento. Así, la lectura de un fragmento de un cuento que para muchos chicos se traduce en el placer de un desafío, para un tartamudo puede parecerse bastante a una tortura. Aunque al llegar a la adultez el trastorno suele ser superado, en algunos casos persiste y acompaña el resto de la vida. Se calcula que en el mundo hay alrededor de 72 millones de personas tartamudas.
Múltiples orígenes, múltiples tratamientos
Las causas de la tartamudez son bien diversas, la evidencia científica recolectada a la fecha arroja luz en varios sentidos. Algunas pruebas indican que se puede generar a partir de anomalías en el control motor del habla. La referencia es para una serie de inconvenientes que pueden detectarse en la coordinación temporal, sensorial y motora de los individuos. Estudios recientes señalan que la tartamudez podría ser un problema hereditario (hay reportes de familias enteras con esa característica); o bien, originarse a partir de fallas cerebrovasculares, provocadas por lesiones traumáticas.
Asimismo, está el conjunto de publicaciones académicas que se inclinan por otorgar un mayor peso al contexto: las personas, durante su desarrollo, pueden enfrentar situaciones de estrés familiar, presión por altas expectativas de sus padres y todo tipo de circunstancias que tienden a perjudicar la fluidez del habla.
Si las causas todavía constituyen un gran interrogante, mucho más lo serán los tratamientos. Bajo esta premisa, desde la salud se ofrece una batería de soluciones que, en algunos casos, pueden ir por separado o combinadas. Los profesionales, habitualmente, recomiendan en primera instancia la interconsulta con fonoaudiólogos, con logopedas (la logopedia es una disciplina que se encarga del diagnóstico y la investigación de los trastornos en la comunicación) o psicoanálisis. Incluso, si la asistencia integral no es suficiente, hay fármacos que fueron creados para disminuir los problemas.
Cuando sucede la magia
Uno de los principales obstáculos que enfrentan los tartamudos es que la cosa empeora cuando la persona está cansada, emocionada o estresada. Hablar por teléfono con un desconocido, o bien, hacerlo en público suele prefigurar escenarios dramáticos. “Como si cada encuentro fuera un examen”, algo así se experimenta al sentirse distinto y cargar con el peso de la mirada ajena, atenta al error. Más aún, cuando los no tartamudos observan el problema, en muchos casos, se exasperan y buscan completar todas y cada una de sus frases hasta corregirlos. Incluso, están los que intentan ayudar y los animan: aunque sin advertirlo, terminan por perjudicarlos. Ninguna hinchada de ocasión mejorará un asunto que demora su tiempo en ser superado.
Los inconvenientes al comunicarse con los demás y socializar provocan ansiedad al hablar y la predisposición a evitar encuentros que requieran de la fluidez de la palabra. Al no sobresalir en los planos sociales, escolares o laborales, habitualmente, pueden ser objeto de intimidaciones y burlas, que culminan por consolidar una baja autoestima.
No obstante, también hay que decir que algunas veces sucede la magia. Hay quienes, a pesar de su dificultad, dejan de trabarse al momento de hablar cuando están solos, o bien, cuando deben cantar. Francisco Benítez, ganador del certamen televisivo La voz argentina, es una prueba cabal de ello. Si bien durante las conversaciones previas con los conductores del programa sus palabras solían trastabillar, no sucedía lo mismo cuando cantaba. En ese momento, cerraba los ojos y todo parecía fluir de una manera natural, armónica, casi perfecta.
También hay registro de relatores de fútbol, que si bien tartamudeaban durante buena parte del día, cuando se enfrentaban al micrófono y se disponían a narrar a ritmo veloz lo que sucedía en el verde césped lo hacían con una singular maestría. Las palabras ya no pesaban, el tiempo ya no era tiempo, el disfrute se podía tocar.
De Borges a Biden pasando por Jorge VI
La comunicación es una acción fundamental en la socialización y la construcción de vínculos profesionales y sociales, íntimos y afectivos. Por eso, como a menudo algunas interacciones se ven frustradas, las personas tartamudas suelen afrontar problemas de autoestima. Pero las generalizaciones están para quebrarse: al caso de Wado de Pedro, como fiel exponente de que la tartamudez no se traduce en imposibilidad para expresar ideas de manera clara ni mucho menos para ocupar posiciones de poder, se pueden sumar otros como el de Joe Biden, o bien, el más emblemático de todos: el rey VI de Inglaterra. El padre de Isabel gobernó la isla entre 1936 y 1952 y, aunque fue tildado en una innumerable cantidad de veces de “débil” o “tímido”, dirigió los destinos de una de las naciones más poderosas de la historia en uno de los contextos más turbulentos de todos. Su vida fue muy bien retratada en El discurso del Rey, película estrenada en 2011 e interpretada por Colin Firth.
Si la referencia es para personas tartamudas destacables, el recuerdo obligado es Jorge Luis Borges. Quedan en la memoria los obstáculos evidentes que el escritor enfrentaba al momento de brindar conferencias o discursos públicos. De hecho, la Asociación Argentina de Tartamudez entrega anualmente un premio con su nombre a aquella personalidad que se haya animado a contar públicamente su tartamudez.
A este salón de la fama, pueden sumarse figuras de la ciencia (el célebre Charles Darwin, a quien la humanidad le debe su bella teoría de la evolución y Alan Turing, el reconocido padre de las ciencias de la computación), de la actuación (Nicole Kidman y Bruce Willis, que reconocieron su tartamudez) y estrellas del deporte (como el multicampeón de golf Tiger Woods).
Cada 22 de octubre se conmemora el Día Internacional de la toma de conciencia de la Tartamudez, fecha promovida por la Asociación Internacional de Tartamudos. En Argentina, el trabajo de concientización y atención prevé ser instrumentado a través de una política pública. En la actualidad, desde el Frente de Todos buscan retomar el tratamiento de un proyecto legislativo que contemple la creación de un Programa de Detección Temprana y Tratamiento de la Tartamudez, con el propósito de garantizar una cobertura integral.
Está frenado desde 2022, pero como toda palabra atragantada y pensada con fuerza e inteligencia, seguro terminará saliendo.
Fuente: Página 12
Por pablo.esteban@pagina12.com.ar