El grupo que viajó a Suiza e Italia, en Ezeiza Crédito: Diego Spivacow
Este viernes viajaron a Suiza junto a familiares; también solicitaron una audiencia con el Papa, pero aún no tuvieron respuesta. Daniel Sgardelis es un salteño que tiene hoy 44 años y viajó a Europa, llegó al Próvolo de La Plata en 1984, y estuvo ahí entre los 6 y los 17 años. Se animó a hacer la denuncia recién en 2014.

Tres víctimas de abuso sexual en el Instituto Próvolo, junto a familiares y abogados, se reunieron ayer en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza para viajar a Suiza, donde presentarán el caso frente al Comité de la Tortura y el Comité de los Derechos del Niño de la Organización de las Naciones Unidas ( ONU). La segunda escala será en Roma, donde se encontrarán con organizaciones que luchan contra el abuso eclesiástico. Ya le solicitaron una audiencia al papa Francisco, y aún no tuvieron respuesta.

«Queremos la visibilización internacional del caso. Debe haber un cambio cultural en la Iglesia. Buscamos una respuesta concreta por parte de los organismos de la ONU. Nosotros estamos yendo con las víctimas como la prueba irrefutable de lo que pasó. En Roma nos vamos a juntar con otras víctimas de distintos casos, pero todas víctimas del mismo victimario», dijo Sergio Salinas, abogado de Xumec, una asociación civil que vela por la promoción y protección de los derechos humanos. Estaba junto a Lucas Lecour, otro abogado de la asociación.

En el hall del aeropuerto, al grupo se lo veía expectante. Los «sobrevivientes», como se hacen llamar, se comunicaban entre ellos a través de lengua de señas. Todas las víctimas del Próvolo son hipoacúsicos. Y ayer fue un día importante para ellos.

Entre los abusos y el momento en el que se hizo la denuncia frente a la Justicia ordinaria pasaron muchos años de un silencio doloroso para las víctimas. Por ejemplo, Daniel Sgardelis, que tiene hoy 44 años y ayer viajó a Europa, llegó al Próvolo de La Plata en 1984, y estuvo ahí entre los 6 y los 17 años. Se animó a hacer la denuncia recién en 2014.

El 25 de noviembre pasado, los sacerdotes Nicola Corradi, de 83 años, y Horacio Corbacho, de 59 años, fueron condenados a 43 y 45 años de prisión acusados de cometer 25 hechos de abuso sexual simple, agravado y corrupción de menores.

«Como familiar de una sobreviviente es muy fuerte ir a encontrarnos con otras víctimas, porque este encuentro demuestra que no fue algo aislado sino que hay un cuestión sistemática y que esto pasó en todo el mundo. Hemos salido de las sombras para ir a la ONU. Aunque nadie nos va a devolver todo lo que nos robaron a las familias, sobre todo a ellos», dijo Érica Labeguerie, hermana de una víctima.

Respecto del pedido de audiencia con Francisco, el abogado Salinas dijo: «Queremos que el Papa reconozca a las víctimas del Próvolo y facilite las pruebas que se han ocultado. Que hoy se siga descubriendo la verdad también depende de Francisco».

La historia trágica del instituto Próvolo en la Argentina empezó el 31 de enero de 1970 cuando, según el expediente judicial, Corradi llegó desde Verona, Italia. La Iglesia lo había trasladado por las denuncias de abuso en Europa, y lo puso al frente de la sede en La Plata. En 1997 lo volvieron a trasladar por los mismos motivos, esta vez, al Próvolo de Luján de Cuyo, donde entró en escena el cura Corbacho.

Ahí también hubo otros implicados, como el empleado Armando Gómez, que fue sentenciado a la pena de 18 años de prisión. A la espera del juicio está la monja Kosaka Kumiko, la más complicada porque sobre ella pesan denuncias de abusos, otra religiosa llamada Asunción Martínez, acusada como partícipe primaria, y la exdirectora del instituto, Graciela Pascual, identificada por las víctimas como «la jefa» y mano derecha del director Nicola Corradi.

Las otras mujeres imputadas por participación primaria son las exdirectoras en las sucesivas administraciones a lo largo de los años: Gladys Pinacca, Valeska Quintana y Cristina Leguiza. También están señaladas por la Justicia la cocinera Noemí Paz y la psicóloga Cecilia Raffo. El monaguillo Jorge Bordón, por su parte, fue condenado a 10 años de prisión en un juicio abreviado.

De los casos de abusos sexuales en la Iglesia argentina, el del Próvolo fue el más escandaloso por la cantidad de hechos y la violencia con la que se llevaron a cabo. Y aún más por el hecho de que las víctimas eran chicos hipoacúsicos.

Fuente: La Nación